sábado, 21 de febrero de 2015

Eufemismos (Mundo Careta)

Escrito por Sandra Auladell
A Capusotto y a Les Luthiers que lo saben decir con humor 

EUFEMISMO: (del griego euphemismós,  eu ‘bien’ y phemo ‘hablar’, ‘decir’) 

Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante (Diccionario de la lengua española © 2005 Espasa-Calpe)
Palabra o expresión con que se sustituye a otra más grosera, impertinente, violenta o que se considera tabú (Diccionario de la Real Academia Española)

Palermo Soho. Palermo Hollywood. Ni Nueva York, ni Londres. Tampoco un suburbio de Los Ángeles. No,… un típico barrio porteño con pretensiones. Allí nada es lo que parece. Lo podemos ver de este modo: encontraremos un “bar de pizzas” o una “boutique de pan”, nunca una vulgar pizzería o panadería. La milanesa ya no es la misma: pasa a ser un “escalope de ternera empanado” y el común revuelto de verdura, un “salteado de vegetales”. Distintas maneras de nombrar lo corriente. ¿Por qué esta forma rebuscada de llamar a las cosas? ¿Es que necesitamos distinguirnos de una manera u otra sin importar tanto cómo?
Al respecto, recuerdo a Freud cuando plantea el concepto de “narcisismo de las pequeñas diferencias”.  Dice en “El malestar de la cultura”: “En cierta ocasión me ocupé en el fenómeno de que las comunidades vecinas, y aun emparentadas, son precisamente las que más se combaten y desdeñan entre sí (…) Denominé a este fenómeno narcisismo de las pequeñas diferencias. Podemos considerarlo como un medio para satisfacer, cómoda y más o menos inofensivamente, las tendencias agresivas, facilitándose así la cohesión entre los miembros de la comunidad”.
Rasgos de identificación que nos aúnan y, a la vez, nos diferencian del vecino, manera de, diría Freud,  “vincular amorosamente entre sí a un mayor número de hombres, con la condición de que sobren otros en quienes descargar los golpes”.
Estas formas de diferenciarnos, algo torpes y ridículas, son del mismo orden que aquellas que nos tornaron “la Europa de Latinoamérica”, nuevamente con la ambición de ser  distintos (¿mejores?) al de al lado, aún a costa de falsear la realidad.
Hablemos ahora de otra clase de eufemismos. Se trata de aquellas formas “amables” de nombrar al que es distinto. Tanto los discapacitados, denominados personas con “capacidades diferentes” o “necesidades especiales”  como la vieja designación de las personas de piel negra como “gente de color” (color negro, aclararía Les Luthiers). Otra vez unos términos por otros, pero en este caso, para minimizar las diferencias, no para reforzarlas. ¿Guardarán alguna relación estas maneras “decorosas” de denominación?
Vuelvo a Freud en el escrito mencionado. Allí también hace la observación sobre el precepto “Amarás al prójimo como a ti mismo” y la imposibilidad de dar cumplimiento a este mandamiento. Entiende que el mismo es irrealizable; que la cultura lo impone a la manera de una formación reactiva contra la tendencia destructiva del ser humano hacia su prójimo. Sólo se lo obedecería por el mérito que significaría intentar hacerlo, en una suerte de satisfacción narcisista al creernos “mejores que los demás”.
Si consideramos estas formas sutiles de llamar al diferente en términos también de formaciones reactivas, esto es, de una actitud o un hábito psicológico surgido en contra y como reacción a un deseo reprimido, podemos hablar también de pulsión o tendencia hostil que intenta ser ocultada por la defensa. La defensa, el eufemismo, fracasaría en su propósito de “borrar” lo diferente que provoca nuestra repulsa. Sólo cabría aquí también el regocijo y la tranquilidad de considerarnos buenos con las palabras que utilizamos. En ocasiones, incluso, la búsqueda de una integración que no considera las reales posibilidades del otro puede tener un efecto contrario, generando frustración a través de propuestas al parecer encomiables pero que determinan una sobreexigencia para el que es invitado “como todos” a participar.
Aceptar las limitaciones que una discapacidad determina, puede constituir un buen punto de partida para desplegar las potencialidades existentes, con un criterio realista que permita una auténtica integración.

Bibliografía:
Freud, Sigmund: “El malestar en la cultura” (1930) en “Obras Completas”. Biblioteca Nueva.
Laplanche, J y Pontalis, J.B: “Diccionario de psicoanálisis”. Labor, 1993.

En Internet:
www.rae.es

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