Seis o siete horas de sueño y suena el
despertador. Sueño, ducha, ropa, transporte. Oficina. Café. Más café. Reunión.
Correr a la otra reunión. Apuros, presión, tensión, muchos llamados todo el día.
Buscar a los chicos en el colegio. Bañarlos. Preparar la comida. Comer.
Televisión. Cabeceo. A dormir. Vivimos a mil por hora.
O desocupación, tiempo muerto, angustia y
ansiedad “no sé por qué”, amores confusos, amores imposibles, ‘sentirse raro’. O
situaciones graves: pérdida de seres queridos, soledad, enfermedad,
aislamiento.
Sí, cierto. La lista de sufrimientos humanos es
interminable.
Muchos de nosotros tratamos de tapar lo que nos
ocurre de mil formas autodestructivas: drogas, pastillas, alcohol, cigarrillos,
celulares varios, sexo y juego compulsivo, hiperactividad física, muchas
películas, sobredosis de TV, computadora, y el celular sonando de toda hora. Estoy
seguro que olvido las estrategias más sanas que usamos los seres humanos para
escapar a la ansiedad, el dolor o para disfrutar.
La mayoría de las veces creemos que la solución
es tener mucho dinero. Lástima que los ricos sufran casi de lo mismo que
nosotros. Los psiquiátricos caros están llenos de personas adineradas.
Si lo pensamos con atención, casi siempre
creemos que hay un problema externo y que la solución está afuera, en el mundo
exterior. Es un pensamiento simple con resultados desalentadores. Excluyo de
estas categorías a quienes sufren de necesidades concretas, como desempleo, hambre,
frío, falta de vivienda. Me refiero a quienes no tienen esas carencias.
Pocas veces se nos ocurre que la solución (de
haber alguna) puede yacer en algún lugar propio, muy adentro nuestro. No hablo
del tarot ni de cosas misteriosas.
Pocas veces se nos ocurre que nuestro ritmo, el tiempo
nuestro, lo que deseamos, lo que sentimos, podría al ser bien
utilizado aliviar nuestro normal sufrimiento humano. Muy pocas veces vemos
claramente todas las ventajas con que contamos. Buscamos mujeres u hombres
perfecta/os, cuando nuestra felicidad puede yacer en alguien que ya conocemos,
que está muy cerca pero al mismo tiempo “no valoramos”.
Buscamos gran parte del tiempo cumplir con
ideales y mandatos que nos agotan. Requerimos la satisfacción instantánea. Perfecciones
varias parecidas a las películas de Hollywood, que están lejos de hacernos más
felices. Más dinero para consumir más cosas que no sirven para nada o que, por
lo menos, no nos permiten sentirnos bien. Más rápido, nos apuramos. Olvidamos nuestros
ritmos corporales. Nos alejamos de nosotros, de lo que deseamos.
Cuando empezamos a preguntarnos ¿qué es lo que
me gusta a mí?, ¿qué es lo que puedo hacer?, ¿qué es lo que deseo en
realidad?... ya dimos un primer paso. No hay verdades universales, para todos,
no hay fórmulas generales, hay buenas preguntas para hacerse.
Pero existe una verdad dentro de nosotros que
desoímos y desvalorizamos: actividades que nos gustan (‘El lunes empiezo’), nuestra
pareja o reunirnos con amigos, los hijos, bailar, jugar a las cartas en el
club, jugar como los niños, portarnos mal de vez en cuando, luchar por las
personas que nos interesan. Parecen tonterías. Perogrulladas.
Cada cuál sabrá si desea conocer su propia
verdad, que es subjetiva y diferente para cada persona. Somos únicos y
singulares. No hay moldes, no hay magia, no hay fórmulas.
Y si está tan desvalido que no logra descubrir
lo que desea o quiere de su vida, en términos realistas, posibles, entonces, necesita de ayuda profesional, pero ¡solo si la necesita!