Comunión en 1957
....¿Y Buenos Aires tiene alma? ¿Cómo se caracteriza?
–Yo
diría que muy poca. Son trechos. Antes el alma de Buenos Aires era la
identidad de cada barrio, cómo los vecinos ponían las sillas afuera, la
confianza que había en la calle, la continuación de la casa en el
umbral, en la calle, en las plazas y en toda la ciudad. Todo eso era un
alma muy específica de Buenos Aires porque tenía un sello propio: todo
se diluyó en una especie de ciudad igual a sí misma, pretenciosa y
excluyente..."
Gabriela Massuh. Hubo una vez Buenos Aires.
http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/vez-Buenos-Aires_0_1249075097.html
Allá por los cincuenta, en mi pequeña comunidad personal era muy
común intercambiar libros que cada uno había leído y quería compartir.
Eran los tiempos de Sartre, Arlt, Faulkner, Hemingway y tantos otros. En
los setenta llegó el turno de la narrativa latinoamericana, García
Márquez, Cortázar, Onetti, Vargas Llosa, los más nombrados.
Hoy por hoy, nos intercambiamos videos de las series norteamericanas de televisión.
Roberto "Tito" Cossa
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-261676-2014-12-11.html
En 1950 la
Gran Ciudad se asemejaba a una provincia.
Es probable que al recordar hechos de mi niñez junto con otras informaciones sea tendencioso, parcial y
clasista si se tiene en cuenta que yo mismo provengo de la clase media descendiente
de italianos inmigrantes que vivía en un barrio porteño, residencia de muchos inmigrantes europeos
y otros tantos de distintas provincias argentinas. Estos barrios solían
componerse de poblaciones muy heterogéneas en lo social y económico.
Este relato dista de ser realista u objetivo
porque se basa en hechos que ocurrieron más de 55 años atrás y si se tiene en
cuenta que a mis 7 años de edad recorrí media ciudad de Rosario (donde viví por
excepción en 1955) tomado de la mano de mi hermana de 11 años en medio de los tiroteos
y muertos causados por el golpe militar de 1955. Desconocía muchas cosas pero nunca olvidaré el sordo sonido
de las balas que pasaban por todas partes (como silbidos secos)
Como ríos
subterráneos, la verdad amplia no era visible a los ojos de ciertos niños, aunque se
terminaba sabiendo tarde o temprano.
Igual si alguien desea comparar los dichos de mis recuerdos de mi niñez (1948-1960) con datos y cifras de la historia económica argentina pueden leerlos en http://es.wikipedia.org/wiki/Historia_econ%C3%B3mica_de_Argentina#Periodo_Peronista_.281946_-_1955.29
Concierto (circa 1957) en la Sala de la Caja de Ahorro (Cerca del congreso)
Muchos niños de la clase media aprendíamos música y algún instrumento. Bien pensado no fue casualidad que nuestra generación aportara tantos músicos.
Confieso que viví en el Mundo Antiguo
del “capitalismo productivo” y en medio de la paradoja de la Guerra Fría previa a la década
del 1980’, sistema en el que era preciso trabajar y no se podía vivir de
rentas, de especulación financiera ni de acciones o papeles. Se podía sí ser el dueño de alguna unidad productiva, como una fábrica o comercio.
Sin falso orgullo,
también mi país tuvo su historia específica y particular a mediados del Siglo
XX poco comparable en sus detalles a otros casos que yo conozca o que se me
ocurran.
Esto fue 25 o 30 años antes de 1980, sin
smartphones, notebooks, netbooks, MP4, computadoras, televisores inteligentes
ni Blanco y Negro a bombita; época en que uno ‘perdía’ el tiempo junto a los
demás tomando mate, estando, compartiendo el lugar y conversando; viví en ese
mundo donde eran muchos los que tenían trabajo y el salario de un hombre
alcanzaba para mantener a su familia nuclear (usualmente) y las mujeres de
clase media en general no trabajaban aunque muchas otras eran obreras,
vendedoras, maestras o profesoras con salarios bien dignos. La educación de todos
los niveles de esa época era mayormente pública y los colegios privados eran
escasos y por lo general católicos.
Cuando cumplí los 10 años (1958 creo) surgió un tema político y estudiantil de lucha como "Laica o Libre" en que se enfrentaron estudiantes secundarios que eran partidarios de la escuela pública o de la privada.
Un mundo donde todas las chicas de 13
a 50 tenían unos líos terribles pero no tomaban pastillas todavía, no se
psicoanalizaban, no conocían los Mantras ni la meditación sino que
consultaban con sus amigas, su novio, la maestra del barrio o con las abuelas que eran
mayores y “sabían” Otra opción eran las grandes carpas de muy diversos credos y
religiones que se instalaban en los terrenos vacíos y públicos. Otra más era la
misa de los domingos.
En numerosas casas dispersas vivían aún restos de la "familia grande" de tres generaciones ya que muchos abuelos vivían con sus hijos y nietos en casas espaciosas, por lo general. En un mismo barrio, una misma casa a veces, vivían varios parientes de una misma familia ya que se producían pocos cambios geográficos por razones laborales. Algunos años después esto fue cambiando con predominio de departamentos de dos, tres o cuatro ambientes y un claro viraje hacia la "familia nuclear" que tanto veíamos en la televisión norteamericana en los 50' y 60'
La calle era una gran protagonista de
la vida vecinal porque en ella se realizaban los juegos de los niños, corsos barriales del carnaval,
las fogatas de San Pedro Y San Pablo y muchas personas sacaban las sillas a la
calle o vereda y tomaban mate, se refrescaban, charlaban o simplemente miraban
las pèripecias de los niños y jóvenes.
Mucha gente de los barrios participaba
de eventos callejeros como cumpleaños y en las fiestas de fin de año muchas familias salían a festejar y encontrarse en la calle donde utilizaban la popular pirotecnica por ejemplo.
La ciudad estaba iluminada por bombitas incandescentes de 40W, una cada media cuadra. Cuando se instaló la moderna luz de
neón en la Avenida Juan
B. Justo (sobre el río Maldonado) circa 1959, muchos vecinos caminaban unas
cuantas cuadras para mirarla de primera mano y comentaban a viva voz que “era
igual a la luz del sol” y eso creían, doy fe.
Entre los autos modelo década 1940' que preferían los porteños porque eran más confiables que los más modernos y los colectivos, distintos y de tamaño más pequeño que los actuales, se mezclaban muchos vehículos de tracción animal, caballos para ser más precisos. Algunos de los comerciantes que circulaban por la ciudad en aquella época eran soderos, hieleros, mimbreros, colchoneros, boteyeros (los antecesores de los cartoneros, recicladores todos) lecheros con sus inconfundibles tarros metálicos y sus medidas, por lo general de cobre. Como los vehículos circulaban con facilidad los primeros semáforos de la ciudad recién se instalaron a principios de la década de 1960' y por esos años /circa 1963) se eliminó el tranvía como medio de transporte ciudadano aunque muchas ciudades importantes como San Francisco en EE.UU., los mantienen hoy en día.
Aunque muchos se cuestionen la lógica
robótica del niño Wonder los niños desde los 8 o 9 años solíamos leer bastante,
en particular historietas (De origen mejicano o Frontera y Hora Cero) y los libros de la colección
Robin Hood.
Claro que a esa edad las chicas de 8 o 9 años eran mucho más importantes que
leer.
Emilio Salgari y Julio Verne fueron mis
autores favoritos a partir de los 9 o 10 años, digamos. Un día típico: escuela,
fútbol en la calle, figuritas, yo-yo, intercambios de revistas, incursiones grupales por baldíos y
terrenos interesantes, caminatas por el barrio con mis perros, admiración de
las vecinitas. Eso. En la calle casi todo el día acompañado de mis amigos y los animales. En el verano: piletas de natación públicas gratuitas (La Salada o las de Nuñez) o en
el club Velez Sarsfield en Liniers.
Recuerdo un país compuesto por un alto
porcentaje de gente de clase media donde los no tan pobres eran por lo general
obreros de fábricas con sueldos dignos. Los mismos barrios ofrecían muchas
posibilidades de comunicación e interacción social cara a cara como clubes de
barrio, cooperadoras de padres y olimpíadas escolares, sociedades de fomento, bibliotecas culturales, clubes de ajedrez, bares
y copetines al paso repletos de comensales, piletas de natación sociales y gratuitas, parques de
diversiones públicos y privados y no es que recuerde todas las ofertas pues
eran muchas.
Como me comentaban los "grandes" de mi numerosa familia la
“noche” de Buenos Aires (night-club, cines, teatros, resturants) sorprendía a
los extranjeros, pues se estiraba casi hasta la madrugada con colectivos que
hacían servicio nocturno y cines barriales que terminaban su función de día
de semana a la 1 de la madrugada siempre llenos.
Media siglo atrás el clima mismo era principalmente templado y de gran regularidad. Eran muy pocas las grandes tormentas y fenómenos como las que se presentan en la actualidad y con excepciones, las inundaciones eran poco frecuentes y los evacuados una rareza.
Cada estación del año tenía netas diferencias entre sí y las estaciones intermedias como la primavera y el otoño no se habían acortado, duraban tres meses. No se pasaba del frío al calor de golpe. Todavía no se hacían sentir los efectos del Cambio Climático que es más visible en los últimos años.
La conflictividad social y de clase
estaba de todos modos presente.
Las Villas Miseria de las décadas de
1930’ a 1960’ eran producto de la inmigración desde las provincias de mano de
obra para las crecientes industrias y estaban pobladas por personas de
distintas provincias a quienes los descendientes de europeos de Buenos Aires
llamaban “cabecitas negras” dado que eran obreros morochos de piel y cabellos.
El término despectivo se usaba poco en los barrios populares y su estilo
racista se basaba en alguna difusa teoría de la superioridad europea en
educación y trabajo, aunque no germana en particular. La peligrosidad de estas
villas no debía ser muy alta ya que una de mis novias de la pubertad vivía a
una cuadra de la villa del bajo Flores y no había evidencias de mayor
delincuencia –nunca tuvimos ni tuvieron problemas- aunque si miles de
mitos. No ocupaban titulares en ningún lado.
En los años de mi niñez los medios
masivos de comunicación -diario o radio- no podían utilizar las noticias policiales a diario
para captar la atención del público ya que eran muy bajos los niveles de
crimen y delincuencia: una inseguridad casi inexistente. Cuando había robos, era de gallinas (para comerlas) o de bancos (dinero grande) Esta tranquilidad
social se podía observar a simple vista en la extendida costumbre en los “cien
barrios porteños” de dejar las casas abiertas y sin llave alguna en que para
ubicar a los pequeños amiguitos se podía entrar libremente hasta la cocina o el
fondo de la casa del vecino: puertas abiertas casi siempre (esto lo pueden recordar los adultos mayores)
Los ‘viejos’ (mayores de 50 años) nos
pasaban las costumbres por vía oral, no hablaban en forma difícil ni utilizaban
jergas raras salvo el particular modo de hablar el castellano y el lunfardo de
las gentes de la década de 1940’ que aún puede observarse en algunas viejas películas
argentinas; su entonación era más dulce y pausada, el trato respetuoso.
El café o bar en los barrios o el centro de la ciudad era una
institución como los clubes de barrio o las sociedades de fomento y ahí se
reunían todos los hombres luego del trabajo y se quedaban a veces hasta muy
tarde fumando, charlando y compartiendo, riendo y comentando. Eran épocas
machistas ya que a esos bares de barrio iban pocas mujeres (creo que Alfonsina Storni entró al Tortoni en 1935 o 36) y cuando iban se
ubicaban en el sector denominado “reservados” Este tema de los café de Buenos Aires da para mucho ya que el mismo Julio Cortázar lo refleja en "Rayuela", ese libro de todas las cosas:
"...De muchacho, en el café, cuántas veces la ilusión de la identidad con los
camaradas nos hizo felices. Identidad con hombres y mujeres de los que
conocíamos apenas una manera de ser, una forma de entregarse, un perfil.
Me acuerdo, con una nitidez fuera del tiempo, de los cafés porteños en
que por unas horas conseguimos librarnos de la familia y las
obligaciones, entramos en un territorio de humo y confianza en nosotros y
en los amigos, accedimos a algo que nos confortaba en lo precario, nos
prometía una especie de inmortalidad. Y ahí, a los veinte años, dijimos
nuestra palabra más lúcida, supimos de nuestros afectos más profundos,
fuimos como dioses del medio litro cristal y del cubano seco. Cielito
del café, cielito lindo. La calle, después, era como una expulsión,
siempre, el ángel con la espada flamígera dirigiendo el tráfico en
Corrientes y San Martín. A casa que es tarde, a los expedientes, a la
cama conyugal, al té de tilo para la vieja, al examen de pasado mañana, a
la novia ridícula que lee a Vicki Baum y con la que nos casaremos, no
hay remedio." Capítulo 78.
Los barrios de la ciudad tenían
por lo general varios cines cada uno con sus correspondientes pizzerías
cercanas que desaparecieron en las décadas de 1960’ y 1970’ debido a la
masividad de la televisión.
Mis paseos o "salidas" cuando niño consistían en viajes al centro de la ciudad desde
mi barrio (Floresta) en tranvía o trolebus (45 minutos) Ahí hacíamos
parada técnica en "Las Cuartetas" por la pizza y la Coca o Bidú Cola y
luego derecho a uno de los tres cines de dibujitos animados
(exclusivamente) Por lo general ibamos mi hermana lili y yo con mi
abuela (cuya jubilación peronista alcanzaba para hacer eso dos veces al
mes sin dinero paterno)
Cuando los niños se lastimaban nadie
hacía espamento ni temía la muerte –se les lavaba con jabón o alcohol y a otra
cosa- porque los niños jugaban en el medio de las calles empedradas o a veces
de tierra o en los muchos terrenos baldíos desmontados con alguna molestia que
les causaban autos impertinentes que se atrevían a interrumpir los juegos cada
media hora, digamos. Los niños eran un poco parientes de todos los vecinos porque el barrio entero los conocía, a ellos y a sus familias.
El nivel de contaminación ambiental era bajo ya que la
metrópolis no superaba los 3 millones de habitantes que es muy distinto a los
14 millones que ahora habitan en el Gran Buenos Aires. Pocas empresas y
compañías tenían en cuenta sus relojes para marcar la entrada y salida de los
trabajadores. La entrada era aproximada y se confiaba mucho en la gente. Los
dueños o patrones no eran bancas impersonales de algún paraíso fiscal, sino
personas de carne y hueso a quienes se conocía más o menos y daban su propio
valor al producto. La palabra de un hombre era sagrada debido a códigos de
palabra no escritos que por lo general se respetaban.
Mi propio padre en la década de 1950’
compraba, digamos, 300 ladrillos (él construía su propia quinta) en un corralón
de materiales y les decía “en unos tres meses te los pago” y así era
religiosamente sin “pedir fiado con careta de plástico” (Expresión de Inodoro
Pereyra por la tarjeta de crédito, Fontanarrosa)
La palabra, la reputación y el trabajo
eran los mayores valores para progresar en la vida; se hablaba expresamente de la cultura del trabajo.
Claro que la floreciente
economía del país ayudaba pues desde antes del final de la Segunda Guerra
Mundial exportábamos alimentos a los países europeos hambrientos y disponíamos
de amplias reservas de divisas. Entre 1930 y la década de 1940’ se formó una
industria nacional importante como sustitución de las importaciones
interrumpidas por la Gran Depresión
capitalista de 1930. Los "pitucos" claro, la llamaban industria "Flor de Ceibo" pero de eso me enteré mucho tiempo después, los niños no hablaban de esas cosas en los barrios.
Se pueden objetar mis recuerdos personales y
conocimientos de formas válidas. No son objetivos, "correctos" ni teóricos. También se pueden recordar situaciones
parecidas como hacen distintos autores de formas variadas.
Las diferencias climáticas, de costumbres diarias y de época son notables y abismales en poco más de 50 años.