Tuve la suerte de
crecer en un barrio de inmigrantes provenientes de varias partes de Europa. Los
había italianos, españoles, portugueses, polacos, rusos y algunos gringos,
alemanes e ingleses, que habían elegido mi país para “Hacerse la América” según su propia y
original expresión. Desde mi niñez, varios años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial y en
plena Guerra Fría, aprendí a amar a estos extranjeros cuyos hijos eran mis mejores
amigos. Participaba de sus reuniones, fiestas y pude conocer sus diferentes
costumbres que ahora integran esta gran cosmópolis que se llama Buenos
Aires. Yo mismo tengo cuatro abuelos
italianos y no me cansaba de visitar locales y bares al paso de los “gallegos”
donde tenía muchos conocidos y amigos. En Argentina llamaban en esa época “gallegos”
a todos los inmigrantes españoles sin razón alguna, porque muchos de ellos eran
madrileños, catalanes, vascos, andaluces, mallorquines, y de otras regiones que
venían escapando de las nefastas consecuencias de su guerra civil de 1936-1939
y de las crisis económicas de esa época.
Y si evoco estos
lejanos recuerdos es porque recíprocamente, esos países y en particular España
(por razones de lenguaje), acogieron las grandes oleadas de emigrantes
argentinos que escapaban de la dictadura militar que asoló a nuestro país entre
1976 y 1983 y de las políticas del ajuste neoliberal de la década de 1990.
Los representantes de
nuestra cultura fueron bien acogidos por los españoles en oleadas de
psicólogos, periodistas y actores y actrices de cine y teatro. Les menciono
entre ellos a Héctor Alterio, Miguel Angel Solá, Federico Lupi, Pepe Soriano, Cecilia Roth, Norman
Briski y tantos otros que ahora no recuerdo, pero son muchos.
A su vez, disputamos
cariñosamente a las grandes figuras de la canción española como Carmen Sevilla,
Rocío Durcal, Lola Flores, Isabel Pantoja, Julio Iglesias, Enrique Iglesias, Joan
Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Alejandro Sanz, Ismael Serrano y tantos otros,
porque los consideramos “nuestros” ya que crecimos y seguimos escuchando sus
canciones, a la par que nos visitaron en muchas oportunidades Argentina y se sintieron
muy cómodos aquí. El público los ama todavía.
Y todo se vincula
porque el primer día del año 2012 la televisión española transmitió la película
“Luna de Avellaneda” que trata de la crisis económica argentina que estalló en
el año 2001 después de incubarse unos 10 años favorecida por las políticas de
privatización, recortes salariales y despidos, aumento de la edad jubilatoria,
desmantelamiento del estado y su infame venta al mejor postor que favoreció
suculentos negocios para unos cuantos y la miseria y la desgracia para todo el
país.
Y entrañablemente
(desde mis vísceras) sentí la urgente necesidad de dedicar un artículo a tantas
gentes decentes y de trabajo que fueron asaltadas por la barbarie de la actual
crisis que también, beneficia a unos pocos, sí.
Mi pequeño medio de
expresión y mi persona se conmueven ante el movimiento de los indignados de
España y de todas sus gentes.
El motivo de mi amor
por los españoles no debe buscarse en oscuras y no bien definidas razones
políticas, sino al hecho que crecí junto con ellos y algunos de sus sitios más
importantes son “El Centro Asturiano”, "Centro Gallego", el club de fútbol “Deportivo Español”,
el “Hospital Español” para citar sólo algunos de ellos que ahora me vienen a la
mente, aunque dejo afuera a muchos más.
Italia y España
poblaron nuestro país en momentos de duras condiciones de su historia. ¿Cómo no
amarlos?. Sus hijos y nietos somos argentinos.
Pero creo que el amor
es recíproco, ya que hay mucho que agradecerles y eso creemos gran parte de los
argentinos.
Algunos economistas afirman que un mercado laboral libre a nivel mundial, sin restricciones a la inmigración, contribuiría a largo plazo, a impulsar la prosperidad general, teniendo un efecto más beneficioso que la libre circulación de bienes y capitales. Otros están en desacuerdo, señalando que esa situación afectaría negativamente a los salarios y a la sindicalización de los trabajadores, y dispararía la población inmigrante a niveles insostenibles. En pro de esta última idea se encuentra el hecho de que el desarrollo tecnológico está dejando sin empleo a millones de personas cada año, tanto en los países desarrollados como subdesarrollados. Y otra idea que hay que tener en cuenta es la del fantasma de la superproducción, tanto de productos agrícolas como industriales, a pesar de que cada vez existen más millones de personas fuera de los niveles mínimos de consumo.Tenemos que ayudar unos a otros, da lo mismo de que país venimos.Saludos
ResponderBorrarConcuerdo con el tenor del artículo así como el del anterior comentario. Me gustaría que dejáramos de calentarnos la cabeza con el estúpido nacionalismo y nos ocupáramos en pensar en los verdaderos problemas de la humanidad a nivel planetario.
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