Parece mi destino, empeñado en revolverse. Me trago la vida sin darle posibilidad de sostenerse; se consume llevada por fuerte pasión, tiembla y grita mi gastado corazón.
Una tarde soleada del estío trate de profundizar un manso río. Para saber y averiguar lo no sabido, me tiré desde un barco medio hundido, para rebotar en el tejido del fondo, de ahí fue vendaval, fue un desafío, conocí los poderes del torrente enloquecido.
Por eso descubrí mi parecido con el río, pero no con cualquier parte de su contenido.
No tengo la capacidad del ondear de la serena superficie, que amaba a Narciso porque veía en sus ojos su reflejo especular, calmas ansias de amar.
Tampoco poseo la virtud de la paciente construcción del fondo, comunidad que entreteje su novedad con sumergidas y femeninas algas, propias floras, que garantizan la supervivencia/muerte de tantos seres del agua.
Mi semejanza tiene poco de ese contenido arriba-abajo del río.
Desde mi parte superior descanso, mimetizo a esos lagartos reposando al sol. Lago inmóvil similar a espejo, con suaves remolinos circulares, que acercan olas de besos a sinuosos bordes y caudales.
En mis lechos, en la profundidad arcana desconozco; ignoro la prudente sabiduría de la vida; aunque recuerdo sí, a las mismas y tropezadas piedras. Incógnito arte del hacerse y de permitir que otros me hagan.
Vayamos entonces a lo sugerido.
Desde el torrente poderoso de mi medio acuoso, es ahí donde se exhibe el desenfreno, el torbellino circular diluye mi reposo; fuerzas arcaicas me desvelan, si me gozas te gozo, sin reposo.
No me queda el aliento para respirar, urgido por antiguos aluviones que me arrastran, me siento ahogar; no quedan ni palabras ni testigos, siento que aún sin ser querido, es giro de mi horrendo batallar; dentro de los caudales impetuosos de ese brío.
Detenerse es lo prudente, esa magia de esperar que se produzca lo esperado; que de algún modo milagroso me rescate lo buscado.
Es muy descabellado ese corcel, no me da aliento maléfica babel, puro acento, pura hiel.
A veces desde el manso brilloso que está arriba, trato de considerar los misterios de esta suerte; quietud, creación, y ese torrente, esos tres son los destinos de mi mente.
Una tarde soleada del estío trate de profundizar un manso río. Para saber y averiguar lo no sabido, me tiré desde un barco medio hundido, para rebotar en el tejido del fondo, de ahí fue vendaval, fue un desafío, conocí los poderes del torrente enloquecido.
Por eso descubrí mi parecido con el río, pero no con cualquier parte de su contenido.
No tengo la capacidad del ondear de la serena superficie, que amaba a Narciso porque veía en sus ojos su reflejo especular, calmas ansias de amar.
Tampoco poseo la virtud de la paciente construcción del fondo, comunidad que entreteje su novedad con sumergidas y femeninas algas, propias floras, que garantizan la supervivencia/muerte de tantos seres del agua.
Mi semejanza tiene poco de ese contenido arriba-abajo del río.
Desde mi parte superior descanso, mimetizo a esos lagartos reposando al sol. Lago inmóvil similar a espejo, con suaves remolinos circulares, que acercan olas de besos a sinuosos bordes y caudales.
En mis lechos, en la profundidad arcana desconozco; ignoro la prudente sabiduría de la vida; aunque recuerdo sí, a las mismas y tropezadas piedras. Incógnito arte del hacerse y de permitir que otros me hagan.
Vayamos entonces a lo sugerido.
Desde el torrente poderoso de mi medio acuoso, es ahí donde se exhibe el desenfreno, el torbellino circular diluye mi reposo; fuerzas arcaicas me desvelan, si me gozas te gozo, sin reposo.
No me queda el aliento para respirar, urgido por antiguos aluviones que me arrastran, me siento ahogar; no quedan ni palabras ni testigos, siento que aún sin ser querido, es giro de mi horrendo batallar; dentro de los caudales impetuosos de ese brío.
Detenerse es lo prudente, esa magia de esperar que se produzca lo esperado; que de algún modo milagroso me rescate lo buscado.
Es muy descabellado ese corcel, no me da aliento maléfica babel, puro acento, pura hiel.
A veces desde el manso brilloso que está arriba, trato de considerar los misterios de esta suerte; quietud, creación, y ese torrente, esos tres son los destinos de mi mente.
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