miércoles, 21 de agosto de 2013

AMORES DE PELICULA-Sandra Auladell




 
No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca, jamás, sucedió.

(“Con la frente marchita”, Joaquín Sabina)



Los amores cobardes no llegan a amores
ni a historias, se quedan allí.
 
Ni el recuerdo los puede salvar,
 
ni el mejor orador conjugar
. 
(“Oleo de mujer con sombrero”, Silvio  Rodríguez)


Alguna vez escuché una explicación sobre goce y deseo a partir de un cuento de Fontanarrosa.  En “El día que cerraron El Cairo”[1], el protagonista, sorprendido por el cierre imprevisto del famoso bar de Rosario, sitio habitual de reunión con “los muchachos”, comienza a deambular en busca de los otros integrantes del grupo, tratando de imaginar dónde podrían haber ido. En su derrotero, comienza una charla casual con una joven, muy atractiva, quién lo invita a tomar un café a un bar de la zona, y luego, a subir a su departamento. Cuando ya suponía un encuentro sexual seguro, la presencia de visitas inesperadas en la casa de ella, los hacen posponer la cita. Acuerdan que él la visitaría la tarde siguiente.  Ese día,“a la hora señalada”, él se muestra entusiasta. Satisfecho porque no hay nuevos imprevistos, llega puntual,…a “El Cairo”, para contarle a sus amigos, al detalle, lo ocurrido el día anterior.
El desenlace, entre absurdo e hilarante, nada nos dice de los motivos por los cuales deja plantada a la mujer que hasta ayer era la de sus sueños. Pensé cuán a menudo nos encontramos con historias semejantes, por ejemplo, en el cine, en películas que consideramos clásicos, donde lo característico (¿lo atractivo?) es esta mortificación del deseo.
Así, podemos mencionar filmes como “Breve encuentro” (D.Lean,1945), que en Argentina recibió el título aún más funesto de “Lo que no fue”, o en la más moderna “Los puentes de Madison” (C. Eastwood, 1995), en los cuales la posibilidad de realización de algún deseo queda limitada a una suerte de recreo dentro de una realidad tediosa y rutinaria,  que en ambos casos se liga a la vida marital (apreciación poco feliz del matrimonio, de paso). No tenemos “happy end”, los protagonistas entienden que no pueden soslayar sus obligaciones en busca de un “loco amor”, el cual queda  reducido a un recuerdo para guardar en secreto.
En “Algo para recordar” (Mc Carey, 1957), la cuestión se complica un poco más, los protagonistas, ambos comprometidos, se enamoran. Se dan un plazo de seis meses para resolver sus respectivas situaciones: ella, separarse de su esposo; él, dejar de ser mantenido por sus mujeres, conseguir trabajo y valerse por sí mismo.  Se citan en el Empire State. Ambos trabajan y logran lo acordado. Pero…¡Ay!, ¡Ojo con lo que deseas! El mensaje es claro: si vas detrás del objeto de tu deseo, podrás sufrir un accidente y quedar paralítica de por vida.  Otra vez, no se encuentran y como el título nos dice, el recuerdo.
Quizá no todas estas películas sean memorables, pero si vamos a un clásico entre los clásicos como “Casablanca” (M. Curtiz, 1942), encontramos el renunciamiento en primer plano. Ya no está velado, no son las circunstancias que atraviesan, ni un accidente lo que se interpone. Cuando ella se había decidido a dejar a su marido por él,es el propio protagonista quien  abandona a la mujer de su vida al pie del avión. Dos frases históricas: “Siempre nos quedará París” y “Creo que éste es el comienzo de una hermosa amistad” nos permite homologar al Rick de Bogart con el Cabezón de Fontanarrosa, los dos prefieren tomarse algo con los amigos para contar (con sumo placer por contar, subrayo)  lo que fue o lo pudo haber sido que ir detrás de esa mujer que desean. Al respecto, como Sabina y Silvio, otro cantautor sienta posición. Ismael Serrano dice: “Que no haya mas despedidas, que no eres Ilsa Laszlo ni yo Rick Blaine. Ni soy tan idiota, no te dejaría ir con él. El próximo avión que tomes conmigo lo tendrás que hacer,y el camino de regreso yo te lo recordaré.”  No es casual que el tema se llame “Amo tanto la vida”,  lo vital en oposición al no, al nunca.

Vuelvo a preguntarme sobre estas historias, ¿Por qué atraen? ¿Qué tienen? Nos encantan los finales felices, pero también ejercen cierta fascinación los amores imposibles. Buscando sobre el tema, llama mi atención un poema de un autor por mí desconocido, José A. Buesa.  En su “Poema del Renunciamiento”, enuncia todo lo que siente por la mujer amada, para coronar cada párrafo con el estribillo: “... y jamás lo sabrás.”  Es notoria la satisfacción que expresa por lo no dicho, con una verdadera retención gozosa, controlando ese torbellino que cual procesión “va por dentro”.

Pienso también en las palabras que se reiteran: “nunca”,” jamás”, “siempre”. Todas rotundas, concluyentes,  inconmovibles. ¿Tendrá que ver con esa fijeza ligada a la repetición, al no cambio? En oposición, el deseo es evanescente, pulsátil. Nada con él es seguro y definitivo. Vuelvo a los poetas, en este caso, Pedro Guerra quién en su canción “Deseo” da cuenta de esta intermitencia del deseo, por así llamarla. Dice: “Te seguiré hasta el final /te buscaré en todas partes /bajo la luz y las sombras/ y en los dibujos del aire/… y cuando todo se acabe/ y se hagan polvo las hadas /no habré sabido por qué /me he vuelto loco por nada

. A nosotros, ¡pobres mortales!, el deseo nos convoca también con la otra cara de la moneda, la castración y eso,  angustia. No obstante, por más complicado que resulte seguir nuestro deseo, por más huidizo que nos parezca, aunque nunca encontremos “el” objeto (siempre puede ser otro), ¡cuánto más divertido  y  regocijante es!

Quizá queremos creer en héroes capaces de no ceder a sus deseos, que pueden bastarse con un goce ideal e idealizado, que sabemos perdido pero ellos mantienen vivo como si no fuera un recuerdo o un sustituto de lo posible en la realidad.



[1]“El mayor de mis defectos y otros cuentos”. Roberto Fontanarrosa. Ediciones de la Flor (1990)

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