Basta con mirar "La Maja Desnuda" de Goya.
Después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) el ideal de belleza de la mujer era el de un cuerpo voluptuoso, porque como contrapartida del hambre de la guerra y de la delgadez extendida, se deseaba más a las mujeres curvilíneas: Sofía Loren, Gina Lollobrigida, Ana Magnani, Anita Ekberg, Mamie Van Loren, Marylin Monroe; cuerpos que aseguraban una buena nutrición de su poseedora, cierta riqueza económica para comprar alimentos, y una excelente reproducción.
Después vinieron los 60 y gracias a Mary Quant -diseñadora inglesa y creadora de la mini-falda - las mujeres comenzaron a mostrar las pecaminosas piernas de mujer. Poco después la modela inglesa Twiggy de 15 o 16 años de edad, demostró que se podía pesar 41 kilos de peso, una delgadez al menos asustante, vamos.
Y olvidada la guerra, se fueron imponiendo lentamente las chicas cada vez más delgadas. Si uno pudiera ver todas las tapas de la revista Play Boy, que consagra a las mejores conejitas, y otras tantas revistas para hombres, observaría que de unas décadas a esta parte las modelos de tapas de modas o de chica atractiva han ido adelgazando, son cada vez más flacas y cubren con ropas de bellos colores y cantidades industriales de bisutería, las formas que no tienen. Salvo que los cirujanos Nip y Tuck nos demuestren lo contrario; que sí pero en plásticos.
No es casualidad que ahora haya una prevalencia mayor de la anorexia nerviosa o del adelgazamiento excesivo como enfermedad, cuadro que antes de los 70 rara vez eran observados, salvo en los campos de refugiados de tantas terribles guerras.
Cuestión que muchas chicas persiguen la delgadez como sinónimo de bella, sin entender en absoluto que ser flaca no es lo mismo que ser bella. Ningún plan de adelgazamiento puede hacernos bellos, hermosos a los ojos de los demás.
Lo peor que han hecho las mujeres últimamente es no preguntar a los hombres qué es bello en una mujer, desde la estético, claro. Porque se puede ser patito feo físicamente, pero compensarlo con una amplia gama de ventajas.
Pero ese es el secreto que guardamos los hombres y las mujeres no tienen por qué saberlo.
De nada.
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