Página 28 del documento Evangelii Gaudium del papa Francisco. Nov. 2013.
Aunque la exhortación apostólica Evangelii Gaudium del Papa
Francisco se entregó a 36 personas el domingo 24 de noviembre, en la
clausura del Año de la Fe, su contenido no se conocía sino hasta ahora.
52. La humanidad vive en este momento un giro
histórico, que podemos ver en los adelantos que se producen en diversos
campos. Son de alabarlos avances que contribuyen al bienestar de la gente,
como, por ejemplo, en el ámbito de la salud, de la educación y de la
comunicación. Sin embargo,no podemos olvidar que la mayoría de los hombres y
mujeres de nuestrotiempo vive precariamente el día a día, con
consecuencias funestas.
Algunas patologías van en aumento.El miedo y la desesperación se apoderan del corazón de
numerosas personas, incluso en los llamados países ricos. La alegría de vivir
frecuentemente se apaga, la falta de respeto y la violencia crecen, la
inequidad es cada vez más patente. Hay que luchar para vivir y, a menudo, para
vivir con poca dignidad. Este cambio de época se ha generado por los enormes
saltos cualitativos, cuantitativos, acelerados y acumulativos que se dan en el
desarrollo científico, en las innovaciones tecnológicas y en sus veloces
aplicaciones en distintos campos de la naturaleza y de la vida. Estamos en la
era del conocimiento y la información, fuente de nuevas formas de un poder
muchas veces anónimo.
No a una economía de la exclusión
53. Así como el mandamiento de «no matar» pone un
límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir
«no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata. No puede
ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que
sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede
tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es
inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del
más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta
situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin
trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo
como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a
la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente
del fenómeno de la
- 29 -
explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con
la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la
que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder,
sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos,
«sobrantes».
54. En este contexto, algunos todavía defienden las
teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido
por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e
inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada
por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes
detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema
económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. Para poder
sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con
ese ideal egoísta,se ha desarrollado una globalización de la
indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante
los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos
interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos
incumbe. La cultura del bienestar nos
anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece
algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esa s vidas truncadas por
falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera
nos altera.
…La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar
que en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la
primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo
becerro de oro (cf.Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y
despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un
rostro y sin un objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial que afecta a
las finanzas y a la economía pone de manifiesto sus desequilibrios y,
sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica
que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo.