Las relaciones humanas enfermizas implican muchas veces una lucha por el poder o demostrar que uno es más inteligente, más sabio o que es superior al otro (ganarle)
Así dos buenos amigos o familiares pueden
“matarse” para definir quién es mejor o quién “tiene razón” en charlas
totalmente intrascendentes donde los contenidos o logros de esta discusión
resultan de menor importancia: hay que dejarle claro al otro “quien la tiene
más larga” y no me refiero aquí a las verdaderas luchas por el poder que son
habituales dentro de las empresas, en las que el sentido de la superioridad
puede significar más dinero, poder y jerarquías en ascenso (tipo Mobbing)
La comunicación humana consiste
básicamente en dos grandes ítems: 1) Los contenidos lógicos (ideas) que pueden
manifestarse a través de la palabra o comunicación digital que se expresa
verbalmente o por escrito y 2) Las conductas espontáneas no verbales e
involuntarias o no: miradas, posturas, gestos, expresiones faciales, suspiros y
todo lo que decimos sin hablar. Porque estar callados no significa que no
estemos comunicando algo. Nuestro cuerpo habla.
Que tengamos un lenguaje en común
para comunicarnos y un vocabulario claro no significa que los utilicemos en
toda situación. Debemos querer comunicarnos en forma cooperativa (simétrica)
para hablar con otra finalidad que el poder o el prestigio –aunque la falsa
modestia “garpa” (nos hace quedar bien)
Discutir por algo entonces puede
volverse una lucha por definir quién es más instruido, más inteligente o más
“vivo” y cuando eso se practica con personas queridas o estimadas puede ganarse
la discusión y opacar un afecto, o perderlo.
Claro que hay personas cuya única
intención es ganar siempre y poco les interesa como se siente su interlocutor
–síndrome del “sabelotodo” o psicópatas ilustrados.
Es su decisión amigo.
No se juega con los pares o
iguales, a riesgo de quedarse solo.
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