martes, 5 de diciembre de 2006

Más allá de la técnica

No 73 / Agosto de 2006
www.psyche-navegante.com
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Alicia Smolovich



“Contempla la luz y admira su belleza. Cierra el ojo y mira, lo que viste antes ya no existe, y lo que verás luego no existe todavía” Leonardo Da Vinci



“Creo que para el artista no hay nada más difícil que pintar una rosa, puesto que, para pintarla, tiene que olvidarse primero de todas las rosas que pintó antes”, escribe Henri Matisse. Pintar una rosa otra vez, es volver a crear una rosa, no es repetir dice el artista, un modelo de rosa, no es repetir la técnica para producir series iguales de esa “rosa”. El artista no fabrica, crea. O mejor, siguiendo a Matisse “No somos los amos de nuestra creación, ésta se nos impone”. Si pintar una rosa fuera solo una técnica, bastaría un simulcop, bastaría ser un profesional para aplicar la técnica del color o de la forma. La técnica da, dota de las herramientas indispensables, pero si sólo se tratara de dominar una técnica, sería creer que es el sujeto artista el que crea. Sin embargo, Matisse dice: “ésta se nos impone”- Se le impone al artista como las palabras impuestas en el delirio de la psicosis, cuerpo extraño que pulsa y se expulsa en el hacer un objeto.

¿Y para el psicoanalista? acaso tantas veces se ha dicho, la interpretación aparece al modo de algo que lo sorprende, que se le impone allí, siempre y cuando la atención flotante lo tome en ese espacio y tiempo que se crea cada vez con el analizante

“…ponernos en ese estado púdicamente llamado de “atención flotante” que hace justamente que cuando el partícipe, el analizante, emite un pensamiento, podemos tener otro muy diferente. Es una feliz casualidad de la que brota un relámpago…y justamente de aquí puede producirse la interpretación”. (1)

Relámpago, luz que anticipa al trueno, lugar privilegiado del poema, resplandor que se desvanece rápidamente en la voz del tronar, instante donde algo se ilumina, pero sólo instante en que el poema no son solo las palabras escritas, es a la vez el corte/ respiración entre ellas iluminando un más allá, para después perderse. Destello, resplandor, trazo y tachadura de una vez, poema en donde precipita la sonoridad de la letra. De ese relámpago dice Lacan, puede producirse la interpretación, creación que precipita las letras que hacen trazo del deseo del sujeto, en tanto litoral entre goce y saber.

“Cuando “inventamos” el cubismo, no teníamos la menos intención de inventarlo. Sólo queríamos expresar lo que había en nosotros… Se dice que nos atraen las búsquedas. Yo no busco, encuentro. Todos sabemos que el arte no es verdad. El arte es una mentira que nos enseña a comprender la verdad, al menos la verdad que –como hombres- somos capaces de comprender… En mi, un cuadro, es una suma de destrucciones…un cuadro no está concebido ni fijado de antemano…cuando se empieza un cuadro a menudo se inventan cosas bonitas, hay que estar prevenido frente a ello. Uno debe destruir el cuadro y reelaborarlo repetidas veces…” escribe Picasso.

El analista encuentra, o es encontrado por una verdad que es un artificio de verdad creado en ese entre analizante y analista. En ese entre donde se irán jugando distintas escenas, donde irán cayendo algunas cristalizaciones y fijezas, para poder armar otras, repetidas veces, la misma y sin embargo, encontrando en cada vuelta alguna diferencia.

“Toda voluntad debe callar, él tiene que acallar en sí mismo las voces de todos los prejuicios, tiene que olvidar, hacer silencio, para ser un eco perfecto”. Paul Cézanne. Un eco que no es repetición monocorde, sino más bien resonancia, un dejarse escribir que no es pasividad, sino puesta entre paréntesis del yo, para que lo inconsciente no sólo del paciente, sino del analista trabaje, o mejor, trabajen. Trabajo que es un hacer, en una intervención, en “un prestarse a” con su cuerpo, en un tono de voz, en un lápsus que hable por boca del analista.

Ni para el artista ni para el psicoanalista la técnica es suficiente, menos aún cuando la técnica se cristaliza en tics repetitivos, en formulas aplicadas. Sabemos que el conductismo y el llamado cognitivismo proponen técnicas para detectar patologías y técnicas para responder y aniquilar el malestar y con ello muchas veces también al sujeto. Pero el mismo efecto puede producirse, si en nombre del psicoanálisis, queremos hacer “entrar” al sujeto en los “carrilles” de lo esperable para un “buen” analizante, para sostener la “limpieza” técnica del analista

Los que trabajamos con pacientes graves, no solo psicosis, si no también sujetos donde lo simbólico es precario o no detiene las impulsiones, los actings muchas veces riesgosos, donde el ello pulsional manda o un superyo sádico y cruel exige lo peor como en la melancolía, ese real que se presenta de forma abrupta y sin velos en el consultorio, nos mueve a un hacer creativo, o por el contrario, a agarrarnos de rituales, convenciones, contentarnos con escuchar e intentar elucubrar una interpretación, que no nace de ese relámpago, sino que es teoría aplicada. La tentación es fuerte, tan fuerte como eso que no pasa solo por la cabeza, sino por el cuerpo del analista.

El cuerpo del analista… qué cuerpo ?

Vienen a mi, situaciones de este último tiempo con algunos pacientes. No es la palabra el espacio donde puede anudarse algo de ese real que los mortifica. Eso, en todo caso, podrá advenir tiempo después.

Un paciente me relata con cierta parada fálica, dejando asomar una sonrisa al contarlo, cómo se estuvo cayendo de su moto, (alcoholizado, de noche) y que si algún día le sale mal, se puede matar: por ahora, gracias a Dios, zafé. En ese coqueteo sabemos que puede realmente matarse. Los intentos de esbozar una pregunta allí, no tienen demasiado lugar, o ninguno. Esto se repite en varias sesiones, sostener a ese dios padre como su salvador tiene el borde oscuro de su sacrificio. Una vez, al subir la escalera para llegar al consultorio, él va caminando delante, un traspiés hace que yo pise mal y perdiendo el equilibrio, empiece a caer para atrás. En un segundo, no llego a la baranda, me agarro de él para no caer, si caigo para atrás me desnuco, hacia delante esta él, y “no queda otra” entonces, que agarrarme-lo para no caer. Siento angustia, podría haberme matado, pienso. Él, me dice, ¿te estabas cayendo?. Lo que había interrumpido la escena cotidiana de subir esa escalera hasta el consultorio, había sido tan fuerte, que poco de “mi traspies” pudo ser puesto en palabras en la sesión. Precipitó tiempo después de terminada y pudo ser retomado la siguiente. Volviendo a hablarle de ese “accidente” de la escalera, le digo que lo que pasó, me hacia preguntar si había sido casual mi “traspiés”, cuando veníamos hablando tanto de las caídas. Era introducir la posibilidad de un “accidente” no accidental, lo que fue dando espacio a través de sus asociaciones a nombrar el lugar de objeto en que se situaba ante cada caída. Objeto en manos de un dios que lo podía hacer zafar o condenar a muerte, la cara oscura –el goce- de ese juego peligroso, la angustia evitada. Mucho tiempo después, dice en referencia al padre, y sí, ya angustiado “se me cayó un ídolo”

Pero lo que intento transmitir, no es una lectura del caso, más bien, que por las características de la transferencia, por lo ambiguo o simbiotizado del vínculo que pueden armar con el otro, no hay otro camino para alojar, que dejarse “contaminar” por eso extraño, que hasta pudiendo tocar la propia subjetividad, nos empieza a habitar.

Nos habita cada vez, sesión por sesión, y más allá de la sesión, alguna vez en un sueño o en una pesadilla. “Agarrarnos” de la técnica como este paciente de su dios, nos limita en la posibilidad de ese tan repetido “saber hacer” del analista. Saber hacer sostenido en la transferencia con ese paciente particular, y que el miedo a la equivocación devenido muchas veces en rigidez o rechazo, puede llevar a abortar alguna intervención que abra camino a que algo se reanude para el paciente con menos sufrimiento, o que en casos más graves, haga la vida, vivible.

Ahí la posición del artista en relación con su obra, nos sirve como dice Lacan: “el arte debemos tomarlo como modelo, como modelo para otra cosa, es decir, hacer de él ese tercero que aún no está clasificado, ese algo que se apoya en la ciencia por una parte, y por la otra toma el arte como modelo”

Como la obra hace al artista, cada transferencia sostenida va haciendo a un analista también. Transferencia en donde la abstinencia debe ser puesta a punto, pero no por miedo a “pisar en falso” contentarse con lo ya sabido de la práctica.

“En el arte, las teorías prestan la misma utilidad que las recetas en medicina, para creer en ellas es preciso estar enfermo…Uno no hace una pintura, hace su pintura” .

Volminck

En este siglo XXI, que nos encuentra con un desarrollo tecnológico que sin duda abre nuevas e inesperadas posibilidades, ha devenido una nueva religión con un tecno-dios, del cual se espera revele la última verdad. La técnica parece ser el fin y no la herramienta: todo puede ser visto, medido, calculado, aspiración de producir un cálculo sin resto.

“A cada época se le ha asignado su propia medida de libertad artística, y ni siquiera la fuerza más genial podría transgredir el límite de esa libertad. Pero esa medida debe ser creada de nuevo cada vez, y cada vez vuelve a agotarse ¡¡Qué el obstinado carretón se resista todo lo que quiera!! Estas palabras de Kandinsky, nos vuelven a presentificar que el límite sin duda está, y es garante de esa libertad, la libertad de crear cada vez, aquello que haga resistencia, transgrediendo lo monocorde de las reglas de cada época.

No olvidando, que no hay nada más difícil para el artista, que pintar cada vez, la simpleza de la rosa.





(1) Lacan, Seminario 21, “Los nombres del padre”

Las citas de los pintores pertenecen al libro “Documentos, para la comprensión de la pintura moderna” Walter Hess, editorial Nueva Visión

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